Articulo publicado por el autor en la Revista Ejercito.
lunes, 12 de mayo de 2008
El Servicio de Fatiga
Articulo publicado por el autor en la Revista Ejercito.
Carta a mis compañeros de armas
Zaragoza, cuatro de diciembre de 1980
Querido amigo y compañero:
Cuántas veces, en amable discusión, hemos tratado con nuestros compañeros de la bomba llameante sobre quién en las batallas ocupa el puesto de vanguardia en combate, puesto de honor, sin a veces recordar que todos luchan con tal valor, que decir vanguardia o retaguardia es un mero concepto geográfico que no influye en nada a la hora de que cada cual cumpla con su deber.
Y es que ahora quiero narrarte uno de los muchos ejemplos que demuestran lo peregrino de nuestras elucubraciones y que empuja a nuestro corazón a compartir el orgullo esos compañeros nuestros que, al contemplar las dos bombardas cruzadas sobre el fondo rojo de la sangre vertida y negro del humo de sus fuegos, evocan las hazañas realizadas con Honor por su, también nuestra, Grey.
Hagamos juntos un viaje a Beni Bu Ifrur. Es la guerra que a principios del siglo XX sostiene España contra cábilas moras rebeldes. Tropas españolas se han adelantado para efectuar un reconocimiento, y en el repliegue las harcas rifeñas atacan con tal furia, que la iniciativa pasa a sus manos.
Protegiendo el movimiento combate una Batería de Artillería; sus artilleros se mueven por un terreno difícil; cambian rápidamente de asentamientos, bajo un ‘paqueo’ constante, pero saben que de la eficacia de sus fuegos depende la vida de muchos de sus compañeros de otras Armas.
La Infantería se repliega, mientras la Batería se queda cada vez más a vanguardia. El General habla personalmente con el Capitán: ‘no se moverá mientras no reciba su orden directa, pues si se interpreta mal una orden, las cábilas rebeldes segarían las vidas de muchos infantes’.
Los artilleros siguen combatiendo. ¡Fuego! ¡Fuego!. Suena del cañón el estampido y su sonido los hace enardecer.
El moro se acerca. Seiscientos metros.
Quinientos metros. ¡Fuego! ¡Fuego!, gritan los tenientes.
Los artilleros siguen combatiendo. Arrecian los disparos enemigos.
“... antes que rendidos, muertos con Honor...”.
Cuatrocientos metros. ¡Fuego! ¡Fuego!, repiten los sargentos.
Oficial que trae la orden: ‘es una locura... la Infantería se repliega... dentro de nada esto será un infierno’.
Capitán de Artillería: ‘... y no quedarán más españoles que los de esta posición’.
Los artilleros, unidos, dichosos al hacer tremolar en lo alto a su Estandarte, siguen disparando a pesar de las balas moras. Están solos. No queda nadie para protegerles. ¡Fuego! ¡Fuego!, oye el Capitán.
El enemigo ya casi no puede hostigar a los infantes con uniforme de rayadillo, mosquetón y alpargatas. Se lo impiden dos cañones y un puñado de artilleros. Y entonces dirige ahora sus esfuerzos contra éstos. ¡Fuego! ¡Fuego!, animan los heridos.
Los artilleros caen. Las bajas se acumulan. El Capitán recibe entonces otra orden de retirada; no es del General. ¡Fuego! ¡Fuego!.
“... y evocando su mágica grandeza, morir sabremos por salvar su Honor...”.
El Capitán de Artillería ignora que el General ha entregado a Dios su vida por España, y que se están replegando todas las fuerzas del Sector.
Los moros están a trescientos metros. Los artilleros cantan alegremente su Himno y ganan la gloria para el Arma derramando su sangre.
Llega la noticia, y el Capitán se entera de lo acaecido. Ahora sí se replegarán, protegidos por su Infantería.
Los artilleros se lo llevan todo. Los cuerpos de sus compañeros caídos descansarán en el suelo patrio; los rifeños no recogerán ningún botín.
Las dos piezas que aún funcionan retroceden escalonadamente, apoyándose mútuamente. ¡Fuego! ¡Fuego!. No se cesa de combatir.
Caen los artilleros. Los oficiales ayudan a arrastrar las piezas. El movimiento es penoso. El esfuerzo, agotador. ¡Fuego! ¡Fuego!.
“... y cuando, luchando, a morir lleguemos...”.
Los artilleros llegan al campamento. Las frentes levantadas. Han cumplido con su Deber.
“... de la Patria su nombre engrandecer...”.
Por esta acción, el treinta de septiembre de mil novecientos ocho fue laureado el Capitán de Artillería Ilmo. Sr. D. Luis Fernández Herce. Y el Himno de los artilleros volvió a vibrar con fuerza.
Recibe un abrazo de tu amigo y compañero
Juan Infante Español
Logotipo Bicentenario 1808
Decia textualmente el articulo que daba la noticia: "......ha creado un logotipo que representa al teniente de Infanteria Ruiz (1779-1808), uno de los heroes del dos de mayo. El famoso escultor Mariano Benlliure lo inmortalizó en 1891 con una estatua de bronce, situada en la plaza del Rey, en Madrid, junto al Palacio de Buenavista-sede del cuartel General del Ejercito-. Es precisamente en esta estatua en la que se ha inspirado el logotipo del DECET, que se completa con la imagen de un cañón, como simbolo del Arma de artilleria, ya que fue precisamente en la defensa del Parque de artilleria de Monteleon donde el teniente Ruiz recibió las heridas que le causaron la muerte unos dias despues. Ademas, el cañon recuerda a los otros dos heroes del Dos de mayo: los Capitanes de Artilleria Luis Daoiz y Pedro Velarde, que dirigieron la defensa de Monteleon y alli perdieron la vida.............."
Lamina de la semana
Memorias
(por cortesia de Alonso Contreras)
Entramos en Madrid a pie , empujando los cañones.
ESTEBAN DE ARRIAGA BROTONS
Teniente de Artillería del Regimiento de Segovia
«Yo tenía 17 años cuando estalló la guerra. Estaba preparándome para ingresar en la Academia de Artillería y acudí voluntario. Como no tenía aún edad para hacer los cursos de alféreces provisionales, me hice alférez de complemento. Luego terminé mandando la batería que estaba en la Ciudad Universitaria. Allí, en el cerco de Madrid estuve alrededor de un año. Teníamos las piezas [cañones, baterías antiaéreas...] desplegadas a lo largo de una zona amplia, formando un cerco. Como los ataques contra nuestra posición solían ser por la noche, que es una ocasión buena para atacar, nosotros pasábamos las noches despiertos. Si no sucedía nada y estaba todo tranquilo, evitábamos quedarnos dormidos a base de jugar a las cartas. Y nos acostábamos por la mañana.Había minas, claro que las había. De hecho, en el último momento un oficial de Infantería levantó una mina [la mina explotó bajo sus pies] y murió. Pero lo que era tremendo eran las minas que ellos nos metían por debajo. Porque nosotros estábamos ya ocupando edificios y facultades y ellos perforaban bajo el suelo y metían minas. Y por eso el mando, decidió que los oficiales ingenieros hicieran lo que se llama «la contramina», que es devolver el ataque dirigiéndolo hacia el otro lado.Pero llega un momento en que ya cesan los combates. Estuvimos unos dos días esperando. Hasta que, por fin, nos dan la orden de entrar en Madrid. Pero yo no tenía manera de entrar, no tenía vehículos ni camiones para transportar las piezas. Se lo dije al coronel de artillería, que no podíamos entrar en la ciudad dejando la batería atrás. Pero el coronel me remitió al jefe de Artillería de la Región, que era don Mariano Fernández de Córdoba, -al que nosotros en broma le llamábamos el chulo porque era un poco así- y el jefe de Artillería me decía que hablara con el coronel.El caso es que ninguno me daba la solución y me estuvieron peloteando. Y de pronto el alférez Carvajal me dice:- Oiga, Arriaga ¿por qué no entramos empujando las piezas y cargando la impedimenta?- Las piezas ya sabe usted que son los cañones, y la impedimenta son los colchones, el petate, las mantas, todo eso.- Pues sí.Y así lo hicimos. ¡Es que teníamos que entrar! Y entramos así, a pie, empujando las piezas a mano y con la impedimenta al hombro.Y al entrar, ¡no sabe usted lo que fue aquello! La gente te rodeaba, aplaudían, lloraban. Algunos padres les decían a sus hijas «¡abraza a los hombres de estrellas!» y cosas así. Con esa expresión, «los hombres de estrella» querían decir los oficiales de las tropas nacionales porque los oficiales rojos no llevaban estrellas sino unas barras. Fue impresionante aquello, realmente emocionante.Nosotros entramos por la Ciudad Universitaria, Moncloa, calle de la Princesa. Y así llegamos hasta el cuartel de la Montaña, donde habían matado a tanta gente, y donde no había nadie. Nosotros ocupamos el cuartel. Una vez hecho eso, el alférez Carvajal y yo nos fuimos a buscar a algunos familiares. Yo fui a ver a mi tío Alfonso, que se había quedado en Madrid y no sabía si había muerto. Pero no, estaba vivo. Había pasado la guerra escondido. Yo le llevaba una lata de leche condensada.El caso es que íbamos por la Gran Vía los dos, con nuestros batidores. ¿Sabe usted lo que son los batidores? Son los artilleros [soldados] que van junto a un superior protegiéndole. lbamos con nuestros batidores, con sus armas colgando del hombro, y no se puede usted hacer idea de lo que era aquello. Era tremendo. La gente salía a los balcones aplaudiendo, gentes de todas las clases sociales, gente modesta también, estaban encantados. Unos venían y te pedían un pitillo porque no tenían tabaco. Otros llegaban y te decían de pronto: «Oiga, mire usted lo que me he encontrado» y lo que decía que se había «encontrado» era una pistola.Todo esto que acababa de vivir se lo conté yo a mis padres en una carta que les escribí muy pocos días después. [Saca de un sobre unas cuartillas rayadas y amarillentas, que tienen la friolera de 66 años, y me lee]: «Fue algo fantástico. La gente nos cogía y no nos soltaba, abrazándonos. Mucho guayabo. -Yo tenía 20 años entonces- (se ríe). Como sabéis fueron las fuerzas de la Ciudad Universitaria, y por tanto las nuestras, las primeras en entrar. Yo desfilé llevando mi batería a brazo con mis artilleros. Fue algo emocionante. La gente no cesaba de gritar “viva España, viva el ejército de Franco” y un sinfín de cosas más. La misma tarde, cuando dejé la batería en el lugar señalado, la gente no cesaba de exclamar: “¡Ya era hora, decían que no pasaran!” Un señor se dirigió a mí y me dijo “Señor oficial, tengo unos deseos horribles de dar un abrazo a un hombre de estrellas”. Y me abrazó con lágrimas en los ojos de la emoción tan fuerte. Y así sucesivamente, durante el camino a casa de tío Alfonso». Y es que era verdad, por el camino nos iban vitoreando a cada paso.Recuerdo que estaba el periodista Tebib Arrumi, abuelo de Alberto Ruiz-Gallardón [actual alcalde de Madrid], que me dijo: «¿Puedo entrar con ustedes?» Yo le dije que encantado y él entró con nosotros.
Biografia del Capitan D. Luis Daoiz y Torres I
Desde la pérdida de Gibraltar, la familia D’Aoiz instala su residencia en el Puerto de Santa María y en Sanlúcar de Barrameda, donde tenían propiedades como las fincas llamadas Quesada, en Cádiz; Espínola, en el Puerto de Santa María y Monreal en Medina Sidonia. También en Navarra tenían dos señoríos, nueve merindades y la casa principal, con campos y viñas en Aoiz. A partir de entonces, el apellido D’Aoiz también se andaluza, convirtiéndose en Daoiz. Don Martín contrajo matrimonio en Sevilla con doña Francisca Torres Ponce de León, hija de los condes de Miraflores, el 2 de febrero de 1766.
El 10 de febrero del año siguiente, les nace un hijo varón. Esto ocurre en el domicilio de su abuela materna, la condesa de Miraflores, donde ocasionalmente residen los padres de nuestro personaje. La casa era el número 70 de la calle del Horno, inmediata a la parroquia de San Miguel. En el libro de bautismo de la indicada parroquia, consta en el folio 26, que el martes diez de febrero de 1767, el presbítero don Luis de Torres, con licencia de cura propio, bautizó a un niño al que puso por nombre Luis Gonzaga, Guillermo, Escolástica, Manuel, José, Joaquín, Ana y Juan de la Soledad. Eran sus padres don Martín Daoiz y Quesada y doña Francisca de Torres Ponce de León, natural de Sevilla, siendo el padrino fray Juan Mateos, presbítero de la orden del Carmen calzado. El mayorazgo que disfrutó don Luis Daoiz fue el fundado por Gaspar de Quesada en la villa de los Barrios en el campo de Gibraltar.
Pasó Luis Daoiz los primeros años de su niñez en casa de su abuela, donde como hemos indicado vivían sus padres. Es interesante anotar lo que dice González de León en sus «Calles de Sevilla», libro publicado en 1839. «Calle del Hospicio de Indias. Está en el cuartel C y en la parroquia de San Miguel. Se llamaba de la Cruz por un pequeño retablo con una cruz y así se llamó hasta 1699, que la Compañía de Jesús labró en ella, para hospicio de los padres de su religión que pasaban o volvían de las Indias. Esta casa, en parte derribada, está ahora sirviendo de cuartel de Infantería (en la actualidad se ha respetado parte de lo edificado para el parlamento andaluz, y el resto para una plaza). El callejón es estrecho y pasa desde la calle de las Palmas, a la Pza. de la Gavidia ampliado por su final con el derribo de una casa principal que en él había». Esa casa principal debió ser la habitada por Daoiz. Recibió las enseñanzas primarias en su propio domicilio y más adelante los primeros estudios en el colegio de San Hermenegildo, regido por los P.P. jesuitas, y situado próximo a su domicilio. En este centro de enseñanza se fue ilustrando la inteligencia de nuestro joven Luis, así como enriqueciéndose su espíritu con los hábitos de la obediencia, la cortesía y las prácticas religiosas. Entrando ya en los años de la pubertad mostró sus deseos de ser útil a la patria en la noble ocupación castrense, por lo que su padre solicitó y obtuvo la plaza en el Real Colegio de Artillería de Segovia. Aprobada la información de nobleza que entonces exigía este nobilísimo cuerpo, en expediente expedido el 10 de julio de 1781 por el escribano del rey, don Manuel García de Castro y del teniente asistente de Sevilla, don Fernando Vivero Sánchez, ingresó Daoiz en el Real Colegio de Artillería de Segovia a los quince años de edad. Como curiosidad se puede aportar que en el libro de padrones de la parroquia de San Miguel, figuraba el año 1767 Luis Daoiz empadronado con sus padres en la plaza de la Gavidia y callejón de Colegio, pero en 1782 ya no figuraba, porque contando con 15 años había ingresado en el colegio de artillería de Segovia. Continuaban figurando sus hermanos doña Ma. del Rosario, don Francisco y doña Josefa.
En Segovia permaneció Daoiz como cadete desde el 10 de febrero de 1782 al 9 del mismo mes del año 1787. Durante este periodo demostró ser un buen estudiante, tenaz e inteligente, distinguiéndose de manera especial en la esgrima de sable, y de espada, donde su agilidad y agresividad alcanzó entre sus compañeros de academia fama de experto y temible.
Llegado el año 1790 se ofreció voluntario para marchar a Ceuta al mando de una batería de su regimiento, para intervenir en la defensa de dicha plaza. Al año siguiente fue enviado a la ciudad de Orán como agregado a la compañía de minadores.
Su gran espíritu y concepto de la responsabilidad, le hizo solicitar le fuese permitido estar agregado a los minadores, pero sin perder su destino en la batería a su cargo. Su brillante comportamiento le valió ser ascendido al grado de teniente de artillería el 18 de febrero de 1792.
Cuando la revolución francesa alcanzó los extremos de demencia y terror que relata la historia, queriendo España dar prueba de sus sentimientos monarquicos y religiosos, se dispuso a ayudar a Luis XVI, declarando la guerra en 1793 a la República Francesa.
En realidad, más que declarar la guerra a Francia y a su república, España lo que hizo fue declarar la guerra a la Revolución Francesa, como espíritu de reacción, contra quienes cortaron la cabeza a Luis XVI y a Mª Antonieta.
El entusiasmo que tal decisión provocó en el pueblo español se patentizó en los cuantiosos donativos, alistamiento de voluntarios y en cuantas necesidades solicitó el gobierno español para intervenir en una guerra que estimaba justa. La primera parte de la campaña, que fue llamada del Rosellón, un ejército de 24 mil españoles a las órdenes del general don Antonio Ricardos, realizó una brillantísima actuación. En esta segunda parte de la campaña comenzada en marzo de 1794, participó Daoiz, interviniendo en numerosas acciones, mandando con valor y pericia sus cañones. Pero en un furioso contraataque francés, lograron rebasar las líneas españolas. Daoiz fue hecho prisionero el 25 de noviembre de 1794 y conducido a la prisión de Tolosa en Francia. En esta situación, reconociendo el enemigo sus méritos como artillero, le ofrecieron alistarse en el ejército francés con un alto empleo, lo que rechazó Daoiz, argumentando que su único deseo era regresar a España para continuar con sus campañas. Permaneció prisionero hasta que terminó la lucha en 1795, con la desastrosa Paz de Basilea. Las tentadoras ofertas francesas para que sirviese en su ejército se justificaban por los amplios conocimientos que Daoiz tenía del empleo de la artillería y por el dominio de las lenguas inglesa, francesa, italiana y el latín, en una época en la que el pueblo balbuceaba la ortografía.
Apenas terminada esta guerra contra Francia, comenzaron las ruinosas e infortunadas discordias contra Inglaterra. Una numerosa flota mandada por Nelson se dedicó a bombardear la ciudad de Cádiz. El 11 de julio de 1797 se le confió al teniente Daoiz el mando de una tartana cañonera con hornillo de bala roja, bajo las órdenes del almirante Mazarredo, que con gran talento, ingenio y valor, organizó la defensa del puerto y bahía de Cádiz, donde nuestros marinos y artilleros demostraron su heroísmo.
El navío inglés El Poderoso, que era el que más daño ocasionaba, fue el primer objetivo marcado por Mazarredo. Contra él luchó Daoiz con su tartana cañonera, llevando a cabo una efectiva y valerosa labor.
La hoja de servicios de Luis Daoiz se expresa con ese estilo concreto y lacónico de la literatura castrense, diciendo: «últimamente el teniente Daoiz, embarcado en el navío San Ildefonso, ha hecho dos viajes redondos al continente e islas de América, todo durante la última guerra contra la Inglaterra».
Tan escueta nota nos obliga a ampliarla un poco, para conocer mejor las cualidades y personalidad de nuestro personaje. El embarque del teniente Daoiz en el navío español, estuvo motivado por la necesidad observada por el gobierno español de tener que continuar la guerra contra Inglaterra, para poder defender nuestras colonias y proteger las flotas que venían de América. Para ello necesitaba completar la dotación de oficiales de la armada, lo que le llevó a ordenar que oficiales de artillería del ejército de Tierra fuesen agregados a los buques. El navío San Ildefonso, al que fue destinado Daoiz, disponía de 74 cañones y estaba mandado por el capitán de navío don José de Iriarte. En dicho barco realizó los dos viajes que indica su hoja de servicios. Durante esta navegación prestó importantes misiones y ayudó notablemente a su capitán para entrevistarse con oficiales de otras naciones, dados sus conocimientos para expresarse en francés, italiano e inglés.
Es curioso anotar que hallándose Daoiz, en noviembre de 1800, en el puerto de La Habana, ostentando las insignias de teniente, al revisar las «Gacetas» atrasadas, comprobó con sorpresa que el 4 de marzo de 1800, estando en la mar, le habían ascendido a capitán de artillería, no habiendo recibido notificación de dicho ascenso por estar navegando. Había cumplido 33 años cuando le llegó al ascenso a capitán.
De regreso a la Península, en fecha 7 de julio de 1802, fue destinado al 3er regimiento de artillería de Sevilla, su regimiento de origen, encomendándole la superioridad misiones científicas, dadas su facilidad y conocimientos de las matemáticas y su aplicación al desarrollo de la artillería. Precisamente, con fecha 2 de diciembre de 1803, se le ordenó a la Fundición de Bronces de Sevilla, según figura en el Legajo nº 12 de la indicada Fundición —hoy Fábrica Nacional «Santa Bárbara»—, una orden del generalísimo Godoy, Príncipe de la Paz, para que fuesen construidas dos piezas del calibre de «a ocho», según el proyecto del brigadier don Vicente María de Maturana, para el servicio de la artillería a caballo, debiendo reunir la particularidad de poder disparar indistintamente balas, granadas y metralla.
A tal fin se nombró una comisión de varios oficiales entre los que figura el capitán don Luis Daoiz. A esta comisión le dirigió Maturana un amplio escrito explicándoles el fundamento de la pieza ideada por él, consistente en disminuir el peso del cañón para su más fácil traslado y poder cambiar de asentamiento con mayor prontitud.
Biografia del Capitan D. Luis Daoiz y Torres II
Segunda parte
D. Enrique de la Vega Viguera
Coronel de Artillería
(Por cortesia de Joaquin Serrano)
Tras señalar las pruebas que se le deberían hacer a los cañones, terminaba con un párrafo que es todo un tratado de moral militar. Decía así: «Espero de la consideración de vuestras señorías, que hechos cargos de que mi intención no es hacer manifestación de talento, ni de experiencia, sino de mi amor al real servicio, y de que sujeto en un todo mi pensamiento a las advertencias, reflexiones y experiencias que vuestras señorías hayan por conveniente hacerme, se servirán honrarme con la asistencia de sus luces y conocimientos, observando las pruebas de alcances y resistencias que haré con estas piezas, y que en el informe que den de sus ventajas o defectos, manifestarán a la superioridad mi deseo de ser útil al real servicio, y de estimular a mis compañeros a que perfeccionen una idea que sólo presento en bosquejo para que sus talentos, tengan la ocasión de aumentar el crédito que tan de justicia se tiene adquirido el real cuerpo de artillería español».
Efectuadas todas las pruebas, la comisión formuló su informe, que tras amplio desarrollo terminaba con estas palabras: «Son tales y tan grandes las ventajas del cañón maniobrero de Maturana, respecto al obús de ordenanza, que nos persuadimos, son los cañones maniobreros preferibles a todas las demás piezas conocidas para el uso de la artillería a caballo». Este informe estaba firmado en Sevilla con fecha 15 de agosto de 1804.
En cuanto a carácter, era Daoiz reflexivo y enérgico, expresivo y amable, afable sin llegar a jovial y por natural reservado. Aunque discreto en sus relaciones, le gustaba alternar en sociedad siempre que se cuidasen las formas y la buena educación. Cultivaba el vestir a la moda y tenía buen gusto para hacerlo.
De sus hermanos sólo se conocen datos de Rosario, que contrajo matrimonio con Andrés Villalón Auñón, siendo ella favorecida con los títulos de primera condesa de Daoiz y Vizcondesa del Parque. Los otros, Francisco y Josefa debieron fallecer jóvenes o permanecer solteros.
En cuanto al aspecto físico, Daoiz era de pequeña estatura, de tez morena, cabello castaño, ojos grandes y expresivos y rostro agradable y simpático.
En los primeros meses de 1808 pasó Daoiz destinado a Madrid encomendándosele el detall del parque de artillería y el cuidado de la tropa al servicio del mismo.
Fue entonces cuando tuvo ocasión de comprobar el abuso de los franceses, sus intrigas y las bochornosas complacencias de nuestros gobernantes.
Su alma generosa y su carácter reflexivo le hacían comprender cómo España perdía su independencia.
La personalidad de Daoiz nos la señala, con gran visión política, don Antonio Cánovas del Castillo, cuando dijo: «El que cree tener una intuición, una voz secreta que le dice que la conciencia de su país, que la justicia, que la razón, el derecho, están con él, que la patria exige que se levante en armas y abandone otros deberes, ese hace como Daoiz: va derecho a la muerte y ni siquiera se le ocurre salvarse de ella por modo alguno».
El carácter respetuoso de Daoiz le granjeó siempre el cariño de sus superiores, entre los cuales merecen ser destacados don Federico Gravina, que vio actuar a Daoiz por primera vez en acciones bélicas en Africa; don Antonio de Escaño, bajo cuyas órdenes sirvió en los combates realizados en Cádiz contra los ingleses, y don Dionisio Alcalá Galiano, con quien realizó dos viajes a América, sirviendo en la artillería a bordo de su navío.
Precisamente el historiador Novella, en sus «Memorias», al referirse a los servicios de Daoiz en Orán, por el año 1791, dice: «Gravina y todo el cuerpo de marina le tomó mucho afecto por su capacidad e inteligencia». Actitud que fue corroborada por el brigadier Aznar, que era coronel de artillería y comandante militar de la plaza de Orán, que al certificar sobre la conducta de Luis Daoiz como teniente de infantería y subteniente del Real Cuerpo de Artillería, demostró celo y valor en su lucha contra los moros. Finalmente, el propio Aznar informaría sobre Daoiz desde Orán, el 26 de agosto de 1791, diciendo: «le destiné al ramo de minas, en cuyo trabajo y en otros que se le dieron, los desempeñó tan bien, que a mi voto y al de muchos, se hizo por todo lo dicho muy acreedor a su grado de teniente de artillería, con lo que honró S.M., en la promoción que se sirvió hacer por la buena defensa que hizo su ejército en esta plaza y sus castillos, contra el sitio y poder de los moros».
Pero la labor de Daoiz también alcanzó el éxito en la Armada. Sería el contralmirante don Antonio de Escaño quien desde el navío Concepción ordenaba a Daoiz se hiciera cargo de la tartana cañonera nº 5, con hornillo de bala roja, que se encontraba en el muelle de Cádiz.
La revista «La Marina», en su número 29, aclara: «El día 10 por la mañana del año 1791, intentaron otro ataque (los ingleses), más no pudieron realizarlo; las medidas nuevas de defensa que se habían tomado desquiciaron sus designios. Don José de Mazarredo, comandante general de la escuadra; el teniente general don Federico Gravina; el jefe de escuadra don Juan M. Villavicencio; el brigadier mayor general don Antonio de Escaño; el capitán de navío don Cayetano Valdés; el de fragata don Antonio Millares; el teniente de navío don Miguel Trigo-yac y otros, adquirieron aquellos días nuevos títulos, al reconocimiento de la patria. Así como los capitanes de artillería don Ignacio Vázquez, don Francisco Ceballos, los tenientes don Ignacio Cabalery, don Rafael Balbuena, don Manuel Varea y don Luis Daoiz, que iban en las tartanas de hornillo de bala roja».
El afecto y atracción que infundía Daoiz entre sus compañeros lo recoge la opinión de Novella, que le acompañó en diferentes acciones de guerra y vivió con él las inclemencias de las prisiones francesas, y lo calificaba como «el más grato de sus amigos y compañeros».
Sin duda, Daoiz pertenecía a la clase de hombres que poseen persuasión instintiva y que no necesitan razonar para ser considerados superiores a los demás. Y en cuanto a sus reacciones humanas, basta leer la carta dirigida a su hermana Josefa para comprender sus cualidades, sin importarle atender los caprichos de la joven. Le decía: «Querida hermana mía: Te remito los moldes del definitivo monillo según el último rigor de la moda; me parece que para tu claro entendimiento basta con la mitad del monillo para que infieras lo que le falta. Se debe guarnecer por donde va la raya negra con una blonda de dos dedos de ancho; te advierto que por donde va pegado con oblea son las costuras, y sabete que el peto es separado y puede ser de otro género y color que el monillo, pues así lo traen muchas; en la costura de en medio de atrás, se debe poner una ballena. En la cabeza se estila dos monos en dos peinetas; el que se pone delante, casi sobre el tupe, debe ser de seis varas de colonia, y el de detrás debe ser hecho de una banda de gasa, para lo que se parte una vara de gasa por medio, a lo largo, de suerte, que pegadas las dos mitades, quedan dos varas, las que se acomodan como mejor se puede y con el mejor aire que se le puede dar, pero sin que cuelguen las puntas ni otra cosa que se le parezca. Quedo impuesto en lo demás de tu carta; hoy voy al Puerto a que Gerardo me suministre para tu saya».
«A mamá muchísimos cariños reverentes y a mi Pepilla abrazos y a Frasquillo; y adiós, y manda a tu hermano que te quiere, petimetra. Luis».
Como postdata y de distinta letra, dos renglones que dicen: «Ya Luis es teniente en propiedad».
En 1791, a la edad de 21 años, siendo subteniente de artillería, alcanzó Daoiz el grado de teniente de infantería por los méritos contraídos en la defensa de Orán. No es de extrañar el hecho de poseer dos empleos diferentes en aquella época. El motivo era que existía la llamada Escala General del Ejército, donde se hallaban incluidos todos los jefes y oficiales sin distinción de armas y a los pertenecientes a armas específicas, como artillería e ingenieros, se les mantenía el empleo que le correspondía dentro de su escala.
En el aspecto técnico, aunque ya hemos indicado sus conocimientos, merece la pena recordar lo bien que supo aprovechar las observaciones sobre balística, obtenidas en el terreno práctico de la guerra. A pesar de ello sólo escribió un breve estudio táctico, titulado «Método que debe usarse para la enseñanza de la tropa y marinería en los ejercicios del cañón y abordaje». Este trabajo que recogió don Manuel Almira a la muerte de Daoiz, lo entregó en la Dirección general de artillería el año 1813.
A su vuelta a España, el capitán Daoiz, tras actuar en la segunda guerra de Portugal, fue destinado al mando de la tropa de artillería destacada en Fontainebleu, nombrándosele también jefe del detall de la plaza.
El comandante de artillería don Juan Arzadun Zabala, en un interesante folleto publicado en Madrid en 1908, dice textualmente el referirse a Daoiz:
«Concertado estaba su enlace con una noble señorita de Utrera, que muerto el héroe se consagró al señor, siendo investida de monja por el cardenal arzobispo de Sevilla, don José Romo, que no ocultaba, y lo comentaba con orgullo, haberse batido en el parque de Monteleón».
NOTA ACLARATORIA
El Tercer regimiento al que fue destinado Daoiz, se creó por la Real Ordenanza de Artillería de 2 de julio de 1802 sobre la base del 3.” batallón de Artillería, uno de los tres de que constaba el Regimiento de Real Artillería de España que estuvo en el Puerto de Sta. María.
La Plana Mayor del Tercer regimiento estaba ubicada en Sevilla y la 2ª compañía estaba destacada en Madrid atendiendo el Parque de Artillería. Cuando Daoiz regresa a España del viaje naval se incorpora al 3er regimiento en Sevilla, pero a los pocos años de estancia, siente la inquietud de conocer Madrid y relacionarse con sus parientes de la Corte, lo que le induce a solicitar su traslado a la capital y hacerse cargo del mando de la 2ª Compañía y por lo tanto del Detall y Tropas del Parque de Artillería ubicado en Monteleón.
sábado, 10 de mayo de 2008
Division Azul
sábado, 3 de mayo de 2008
El dos de mayo en Cartagena
Hoja de Servicios del Capitán D. Luis Daoiz y Torres
El dos de mayo en Valencia
VALENCIA.- Una batería del Regimiento de Artillería ha conmemorado en un acto público celebrado en la plaza de Tetuán de Valencia el Bicentenario de la Guerra de la Independencia y la Gesta del día 2 de mayo de 1808.
El homenaje, al que han asistido unas 500 personas, según la Policía Nacional, ha contado con la presencia del primer teniente de alcalde del Ayuntamiento de Valencia, Alfonso Grau, el subdelegado del gobierno, Felipe Martínez, el presidente del Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad, Juan Luis de la Rúa, y los cónsules de Francia y Alemania.
El acto, que este año se ha celebrado por primera vez en público, ha comenzado con el recibimiento con honores del teniente general Sánchez Lafuente, que ha pasado revista a las tropas.
Seguidamente, el capitán de Artillería Carlos Pereira Carmona ha pronunciado la glosa 'Lección del Dos de Mayo de 1808', que conmemora los hechos que acontecieron ese día en Madrid, en homenaje a los capitanes Daoíz y Velarde, que iniciaron la sublevación contra Francia.
Por último, se ha rendido homenaje a los caídos, "que como valientes lucharon y como héroes murieron por la patria", con la entrega de una corona de flores de honor.
El acto ha finalizado con el canto del himno de Artillería y el desfile de las tropas ante las autoridades.
Noticia del diario El Mundo (para ver la noticia completa clic en el titulo).
Imagenes en http://www.lasprovincias.es/valencia/multimedia/videos/267043.html