Artilleros, Artilleros, marchemos siempre unidos siempre unidos de la Patria, de la Patria, de la Patria su nombre engrandecer, engrandecer. Y al oír, y al oír, y al oír del cañón el estampido, el estampido nos haga su sonido enardecer. España que nos mira siempre amante recuerda nuestra Historia Militar, Militar, que su nombre siempre suena más radiante a quien supo ponerla en un altar. Su recuerdo que conmueve con terneza, dice Patria, dice Gloria, dice Amor, y evocando su mágica grandeza, morir sabremos, por salvar su honor. Tremolemos muy alto el Estandarte, sus colores en la cumbre brillarán, y al pensar que con él está la muerte, nuestras almas con más ansia latirán. Como la madre que al niño le canta la canción de cuna que le dormirá, al arrullo de una oración santa en la tumba nuestra, flores crecerán. Marcharemos unidos, marcharemos dichosos seguros, contentos de nuestro valor, y cuando luchando a morir lleguemos, antes que rendidos, muertos con honor. Y alegres cantando el Himno glorioso de aquellos que ostentan noble cicatriz, terminemos siempre nuestro canto honroso con un viva Velarde y un viva Daoiz. Artilleros, Artilleros, marchemos siempre unidos siempre unidos de la Patria, de la Patria, de la Patria su nombre engrandecer, engrandecer. Y al oír, y al oír, y al oír del cañón el estampido, el estampido nos haga su sonido enardecer. Orgullosos al pensar en las hazañas realizadas con honor por nuestra grey, gritemos con el alma un viva España y sienta el corazón un ¡viva el Rey!

lunes, 24 de noviembre de 2008

La Forestal. II Parte

LA FORESTAL. II PARTE


LAS BROMAS

A pesar del duro trabajo campamentario, todo el mundo mantenía el buen humor y las ganas de broma. Recordemos como ejemplo dos bromas colectivas que en general se acogían bien por todos.

En la segunda o tercera noche de campamento, después del toque de silencio, aparecía en la zona de los malditos un teniente enfurecido amenazando con sacar fuera, a hacer instrucción a todas las tiendas donde se oyese hablar. Sucesivamente, con grandes voces, el iracundo teniente iba sacando tiendas hasta que al final estaba casi todo el mundo fuera haciendo instrucción. Al final, el teniente dejaba a todos en posición de firmes y desaparecía. Se trataba de un sargento, uno de los pocos que no procedía de la Escuela de Madrid y por tanto no conocido, que con un gorro de teniente y la presumible complicidad de algún superior, organizaba todo el tinglado. Poco a poco, los malditos se cansaban de estar firmes y sospechando la broma se iban cabizbajos a su petate.

Otra buena broma era la del cambio de cabezales. Una noche, después de las lecturas de retreta, un sargento leía que al día siguiente, después de la cena, se procedería al cambio de cabezales previo pago de equis pesetas. Todos los “malditos” se ponían muy contentos porque este cambio tenía lugar cuando, pasadas algunas semanas, los cabezales estaban ya sucios. Al día siguiente la gente cenaba rápidamente para ser los primeros en hacer el cambio, formándose una larga cola. Los sargentos encargados de la operación cogían el dinero y entregaban el mismo cabezal dándole la vuelta para que se viese el lado más limpio. Con del dinero recaudado y las consiguientes risas, el primer día de cine, se compraban botellas de fino para todos.

LOS CAMALEONES

Muchas veces, cuando estábamos tumbados bajo los pinos, observábamos como las ramas se balanceaban con la brisa; entonces de vez en cuando, localizábamos un camaleón. Realmente era fácil que el camaleón pasase desapercibido ya que este reptil toma el color de lo que tiene alrededor, pero en aquellos años era muy abundante su número en los campos de Rota y se veían con frecuencia. Estáticos, sin apenas moverse, era curioso verles cazar cualquier bichejo proyectando su lengua hacia la presa a velocidad de rayo.

La población de camaleones en Rota era entonces, como ahora, muy importante, si bien en estos momentos, disminuido su número, es una especie protegida.

¡GENERALA!

Cuando el silencio de la noche se rompía con un insistente toque de trompeta, todo el campamento se despertaba y se ponía en pie. Las tiendas se convertían en auténticas cocteleras, ya que en un tiempo récord había que vestirse, ponerse las botas y correaje, coger el mosquetón o cetme y formar en la explanada de entrada.

Como todos salíamos medio dormidos, de vez en cuando había algún compañero que corriendo a toda velocidad se daba de bruces contra un pino.

A continuación se hacía un recuento y salíamos todos campo a través, caminando varios kilómetros hasta que los superiores ordenaban el regreso.

DIEZ KILOMETROS EN UNA HORA

A los pocos días de estar en el campamento, habíamos eliminado la mayor parte de las grasas superfluas. Más delgados y sin parar de movernos todo el día, estábamos en mucha mejor forma física que al llegar a Rota.

Entre las pruebas que debíamos superar estaban la escalada de muros y saltos de fosos, recorrer con correaje y armamento unos 25 m. Colgados de una maromas y sobre todo la prueba “reina”, correr 10 km. en menos de una hora.

La salida se hacia por tiendas, esperando 3 minutos para dar la salida a la tienda siguiente. Aunque había cierta vigilancia, nos organizábamos para que, sin ser vistos, los más veloces remolcasen a los que tenían dificultades, empujándoles entre dos con el cinturón del mono. Mirando el reloj, tomando algo de azúcar de vez en cuando y una vez agrupados los catorce de la tienda, hacíamos todos juntos la entrada en meta.

Cuando se realizaba esta prueba, el resto del día era jornada de descanso, con lo cual lo primero que hacíamos era ir al Gorrión, beber para compensar el líquido perdido, tomar un buen desayuno y marchar, cada uno con su colchoneta a dormir bajo los pinos. Después disfrutábamos de un largo baño en la playa hasta la hora de fagina.

EL TREN DE ROTA

Queremos recordar también aquel tren de vapor, pintoresco, fuera de época, que cubría la línea entre el Puerto de Santa María y Sanlúcar de Barrameda, y que paraba en la estación de Rota.

Sin pasillo interior, los pasajeros debían acceder directamente a su departamento, subiendo por un estribo corrido. En las cuestas aflojaba la marcha y aumentaba los resoplidos y en alguna de ellas los pasajeros debían bajarse para que el tren pudiese superar los metros más difíciles.


LA JURA DE BANDERA

Dividía en dos nuestra estancia en el campamento y por ser el momento más importante de nuestra vida militar, se nos concedía un permiso de tres días, que nos permitía viajar a casa, estar con la novia, familia y amigos u tomar fuerzas para la etapa final del campamento.

Muchas familias acudían al acto y se les permitía visitar las tiendas. A pesar de que habíamos limpiado y recogido la tienda como nunca, a muchas madres les llamaba la atención el “olor a tigre” que nosotros, ya acostumbrados, no éramos capaces de percibir.

Otra buena celebración de la Jura de Bandera era la “amnistía” que se concedía a todos los castigados.

LA DESPEDIDA

Tres o cuatro días antes de finalizar el campamento, ya se conocían los resultados finales, es decir los “malditos” que repetían campamento, que no pasaban de tres o cuatro, y los sargentos que no conseguían la estrella de alférez, asimismo muy pocos. Estos “pobres” abandonaban el campamento antes que el resto.

Cuando ya no había clases ni instrucción, el ambiente era de relajo total aunque los capitanes inventaban temas para entretenernos.

Los últimos momentos en el campamento eran de intensa alegría por volver a casa, aunque impregnados de cierto sentimiento por la intensidad con la que habíamos vivido aquellos tres meses.

2 comentarios:

AKELA dijo...

Tengo la foto de la portada de l bateria y de la torrede direccion de tiro.

Hoy es un camping de verano a base de bungalos.

Gunner dijo...

Te agradeceria, si no tienes inconveniente, que me las remitieras via email, ya que a un buen amigo le daria una alegria. Gracias